Ilustración por Karina Caro G.
Una de las luchas que ha llevado la mujer hasta el día de hoy, ha sido la desmitificación de su rol en la sociedad. Es que la imagen femenina ha sido centro de discusión desde muchas áreas; comenzando con el desempeño que debe ejercer en el hogar, la idea del cuerpo perfecto hasta el imaginario de la madre ideal. Toda esta construcción nos ha cargado la mochila del “cómo debiéramos ser”, pero afortunadamente la sociedad cambia y evoluciona. Sin embargo, siempre habrá una nueva faceta de la mujer por deconstruir, esta vez quisiera abordar ésta, la imagen de la mujer expatriada.
Desde adolescente siempre estuvo en mi mente el sueño de obtener una carrera profesional, esto para mi significaba “libertad”, un concepto que para cada persona puede sonar distinto, pero en mi caso el tener una profesión, me daría las herramientas necesarias para encontrar -según yo- un trabajo bien remunerado, lo que me daría la oportunidad de ser independiente.
Todo este proyecto se anidaba en la idea de que no quería tener una vida igual a la de mi madre, y con esta afirmación no pretendo que infieras algo negativo, sino que yo no quería que mi única tarea fuera ser dueña de casa y tampoco deseaba depender económicamente de un marido. Y pues la vida nunca termina de sorprendernos, incluso da tantas vueltas que en una de ellas me vi en la misma vida que, de adolescente quería evitar, el ser dueña de casa y depender de un marido.
Tengo muy claro que todas las decisiones que vamos tomando en el camino tienen sus pro y contras; y cuando uno decide llevar una vida expatriada asume riesgos. Sin embargo, en el momento que te lanzas a la aventura de emigrar, nunca imaginas que este desafío se vuelve tan cuesta arriba, que incluso te toca enfrentar y batallar con la imagen de la mujer independiente que se desarrolla profesionalmente.
Durante estos 9 años que llevo viviendo en el extranjero, he conocido a muchas mujeres expatriadas que en su rol de “acompañantes” no lo pasan bien, sienten que han perdido su identidad para sumergirse en el mundo privado del hogar y la crianza. Incluso yo misma me he sentido así. Pero es aquí cuando me pregunto ¿no será momento de desmitificar el rol de la mujer expatriada? Así como lo hemos hecho con la idea del cuerpo delgado y curvilíneo, la madre perfecta que llega a todas e incluso el estereotipo de lo femenino.
Una mujer expatriada no debe sentir frustración por no desarrollarse profesionalmente, no olvidemos que primero somos personas y después una “etiqueta”. Si no trabajas o hasta ahora no has podido encontrar una fuente laboral, no significa que “no te la puedas”, sino que los nuevos códigos que necesitas aprender para insertarse en este nuevo mundo, ya no son tan fáciles de manejar como antes.

«¿Por qué las mujeres siempre nos estamos comparando? Y lo que es aún más increíble ¿por qué nos comparamos con esa idea de mujer que quedó en el país de origen con la nueva imagen de mujer expatriada? Olvidemos toda esa construcción de lo que debiéramos ser y centrémonos en lo que realmente somos y queremos hacer. Ya basta de imponernos un “rol” que tal vez en el nuevo país no es posible de desarrollar, que eso no nos haga sentir tontas o menos personas; permitámonos descubrirnos y nuevamente reconocernos, ya que al salir de nuestro país, definitivamente ya no somos las mismas.»
Una mujer expatriada no debe sentir vergüenza por sólo llevar las labores domésticas, a pesar de que esta idea vaya en contra de la imagen de la “mujer moderna o independiente”; no olvides que esto también es un gran trabajo, y que gracias al esfuerzo que entregas día a día la adaptación de tu familia en el nuevo país, está siendo posible.
Una mujer expatriada tiene derecho a reinventarse mil veces y sin culpas, cada ciudad o país te dará oportunidades para comenzar otra vez, sea lo que sea que decidas hacer, forma parte de tu crecimiento personal y profesional, ya que al final todas las herramientas que vayas adquiriendo, por “muy mínimas que tu creas que son”, en algún momento te servirán y las pondrás en práctica. Así que lánzate a la aventura de estudiar o aprender algo nuevo, experimenta, siéntete libre porque ese es tu derecho.
Una mujer expatriada no debe sentirse frustrada por no saber el idioma del país en el que se encuentra, no hay tiempos ni plazos específicos para dominar una lengua. Aquí lo importante es que transites por este camino desde el amor y la aceptación, todos los procesos llevan tiempo, sobre todo el de aprender un idioma. No olvides que comunicarse no es sólo saber un cúmulo de palabras, sino también es entender la nueva cultura e identidad.
¿Por qué las mujeres siempre nos estamos comparando? Y lo que es aún más increíble ¿Por qué comparamos el referente de mujer que quedó en el país de origen con la nueva imagen de mujer expatriada? Olvidemos toda esa construcción de lo que debiéramos ser y centrémonos en lo que realmente somos y queremos hacer. Ya basta de imponernos un “rol” que tal vez en el nuevo país no es posible de desarrollar, que eso no nos haga sentir tontas o menos personas; permitámonos descubrirnos y nuevamente reconocernos, ya que al salir de nuestro país, definitivamente ya no somos las mismas.
Entonces respondiendo la pregunta inicial ¿Cuáles son los desafíos de la mujer expatriada? Pues diría que ninguno, es más, me gustaría vivir en una sociedad en donde la mujer no deba cumplir con ningún desafío que le signifique entrar en un rol específico; esto sólo nos llevará a cargar con la mochila de estereotipos que finalmente, nos enfrenta a la lucha de encajar en una estructura que no tiene sentido.
