Ilustración por Alejandra Aranda Castro.
Nominada por estar a 45 kilómetros de distancia de la escuela de su hija y enterarse por el llamado telefónico de la profesora que esa niña, que ama con su vida, ya lleva quince minutos esperando por su mamá. Ya lo sé, no es algo que te gustaría que te pasara.
Como si las culpas, que llegan adosadas junto a la criatura que acabas de ver por primera vez en tu vida y que te ha transformado en madre, no fueran suficientes, me estoy encargando de abultar una maleta donde yo creía que ya no había más espacio.
Me olvidé de recoger a mi hija a la salida de la escuela, así de brutal, y les aclaro: De su nueva escuela. Nos acababamos de mudar a otra ciudad, mi hija llevaba recién dos semanas con su nuevo grupo, dejó atrás a sus amigos, a su profesora que adoraba y todo lo que para ella era su vida.
Yo, encargada de la contención emocional de mis hijos en este proceso de cambio, figuraba a no menos de media hora de casa preparándome para almorzar con una amiga y ex vecina.
¿Has tenido la sensación de palidecer tanto que sientes que no sólo se te va el color sino también el calor de tu cuerpo? “Ik ben de juf van je dochter”, diablos mi hija se cayó pensé, “disculpa no hablo neerlandés” le contesté en inglés, pero entiendo que eres la profesora de mi hija, “así es, y ella terminó sus clases a las 12:30 ¿ya vienes por ella?”
El tono de la profesora no era el más comprensivo y yo figuraba con una amiga en un café, a punto de almorzar, en el centro de un parque en Amsterdam. Comencé rápidamente a hacer cálculos mentales, eran las 12:45 pm, el auto lo tenía estacionado a 20 minutos caminando y estaba a 45 kilómetros de mi nueva casa, ni de asomo llegaré en un tiempo razonable, pensé.
La profesora seguía hablando, yo sentía que mi cerebro se estaba dividiendo en fragmentos, una parte la escuchaba, la otra planeaba una solución, otro fragmento quería hacer un corto circuito, y el último fragmento debía decir una respuesta. La idílica idea de tener medio día para mi ya no estaba funcionando.
¿Con qué cara le dices a la profesora que lo olvidaste por completo? Es más, crees pensar que no lo sabías y en un microsegundo recuerdas que lo leíste en algún lugar del libro informativo de la nueva escuela y pensaste irónicamente: “¡Brillante! horarios diferidos los viernes”. Tengo dos hijos, por lo tanto a mi hija, la menor, debo recogerla pasado el mediodía y al mayor en el horario regular.
Algo característico de la cultura de este país es el ser directos y francos, pues bien aquí voy: “con toda honestidad he olvidado que mi hija salía temprano y en estos momentos estoy en Amsterdam”, le dije.

Me olvidé de recoger a mi hija a la salida de la escuela, así de brutal, y les aclaro: De su nueva escuela. Nos acababamos de mudar a otra ciudad, mi hija llevaba recién dos semanas con su nuevo grupo, dejó atrás a sus amigos, a su profesora que adoraba y todo lo que para ella era su vida.
Me sentía petrificada, sólo podía imaginar a mi hija sola en el patio del colegio esperando a que yo llegara, triste y sintiendo que su mamá la olvidó. Era oficial, me había ganado la medalla a la peor mamá de la escuela, madre nueva y ya galardonada, ¡estupendo! Me sentía mal por mi hija, juzgada por la profesora y pensaba en aquella primera buena impresión que quería dar estaba muy lejos de ser buena. Como mamá, intentas (aunque no siempre resulta) construir lindos recuerdos para tus hijos, y ahí estaba yo creando uno desagradable para ella.
Almorcé, finalmente iba a tener tiempo, no del tipo que yo había planificado, ese con risas y conversaciones entretenidas, no… de ese no. Tenía tiempo para comer lo que ya me habían servido, algo que hice en menos de diez minutos con un riesgo genuino de atorarme, comer angustiada no es una buena combinación.
Mi hija había hecho una cita de juegos con una compañerita de clase, el papá de su amiga también esperaba por mí, en tiempo récord me estaba volviendo el acontecimiento del día en el curso nuevo.
La profesora me comentó del plan de las niñas y me preguntó si le daba permiso a mi retoño para ir a jugar a casa de su compañera de clase, sentí que el universo me daba un respiro, al poco rato estaba saludando a mi niñita por teléfono, se escuchaba feliz, las primeras fotos de mi hija paseando con su amiguita en la reserva natural cerca de la escuela comenzaron a llegar.
La pasé a buscar con mi hijo mayor, ella lo había pasado increíble, la abracé como nunca y al llegar a casa conversamos, le expliqué lo que había pasado, le pregunté lo que ella había sentido al no verme llegar y le pedí disculpas, asegurándome de que comprendiera que fue un error y que no volvería a pasar.
Si bien mi hija sólo tenía ganas de contar todas sus aventuras, me escuchó con tranquilidad, tuvo la claridad de expresar que no le gustó lo que pasó y la capacidad de entender, mientras me esperaba, que esa situación no era normal y que debía haber una explicación.
¿Habría sido más fácil viviendo en mi país? Vamos a ser justos, yo vivía a dos horas de mis padres y a seis horas de mis suegros, por lo tanto, en esta específica situación, habría estado más o menos igual o le habría inventado una excusa a la profesora, o le habría pedido a alguna mamá-amiga que se llevara a mi hija y luego yo pasaría por ella, casi lo mismo que me ocurrió aquí. La diferencia radica en que en esta ciudad no conozco a nadie.
Suele ser tentador culpar a la falta de red en el extranjero pero si lo analizamos con detención no deja de ser solo un idea romántica de lo que dejaste en tu país, insisto: En esta específica situación.
Hoy estoy pagando el noviciado de ser “la nueva”, no conozco a nadie, no tengo amistades en esta nueva ciudad y eso juega en contra. Mi tarea desde hoy debe ser comenzar a vincularme con los padres del curso, inscribirme de voluntaria en cuanta actividad exista, hacer citas de juegos en mi casa para que luego los padres recojan a sus hijos y así poder presentarme, en fin, todo lo que ya había hecho en Amsterdam pero esta vez aquí. ¿Y quién sabe? Quizás hasta haga nuevas y lindas amistades.
Sigo sintiéndome mal, no me gustó haber fallado, espero que a ti no te ocurra, pero si lo llegas a vivir, créeme que es de lo más natural sentirse una pésima mamá, luego yo misma te entregaré una brillante medalla que diga: “Prepárate esto recién comienza”.

Qué linda tu historia, que bueno que terminó bien y que tu hija jugó feliz. Me encantó que ella expresara lo.que no le gustó y tu pudiste decirle «me equivoqué»
Hola Pilar,
gracias por tu comentario. Esperamos que sigas por aquí, en esta tribu virtual en donde buscamos acompañar a las mujeres expatriadas en todo momento.
Saludos